La historia de nuestro campeonato nos remonta a los años 70 en las palabras de Gonzalo Klappenbach.
Por Gonzalo Klappenbach
Los inicios
Allá, al principio de los años 70, Bella Vista era un universo de bicicletas.
Sin celulares ni Internet, la consigna a cumplir era simplemente “no vuelvas de noche”. De ahí para atrás, la sensación de libertad más plena. A puro pedaleo, pelota de cuero gastada bajo el brazo, botines Sacachispas, Sportlandia o Fulvencito, los chicos de Bella Vista acudíamos a la cita en algún baldío o en los templos oficiales del fútbol (Riccardini, San Francisco Solano, Los Redentoristas o la quinta de los Bonello).
Lo único a temer cuando se salía a la calle eran los perros que se contagiaban unos a otros el ladrido y del susto te podían tirar de la bici.
Porque en ese entonces el fútbol era juntarse para el picado informal, espontáneo, para el desafío entre grados o colegios, “por el pancho y la coca”. No existían las canchitas de césped sintético ni las escuelitas. Tierra, alguna mata de pasto, arcos de palos sin red, pelota descocida y a correr con la ilusión de ser Pinino Mas, Rojitas, Yazalde, Fischer o el Chango Cárdenas.
El rugby, en cambio, se organizaba formalmente en el Regatas, donde recién a los 7 años ingresabas a Pre-Rugby y a partir de los nueve a la Décima.
Eran los tiempos de la camiseta naranja, mitad Don Jaime, mitad Regatas.
Fue por eso que a Ricardo de la Torre, Cacho Munilla, Guillermo Fernández Gill, el Bebe Vidal Domínguez y Nato Roldán se les ocurrió organizar en 1971 lo mismo que el SIC venía haciendo desde hacía ya unos años: un campeonato infantil de fútbol, para que los chicos que disfrutábamos del rugby todo el año pudiéramos también despuntar el vicio de la redonda que tanto nos apasionaba.
Un torneo artesanal
Con el boca a boca como único medio de comunicación, nos fuimos anotando en una papeleta reproducida por mimiógrafo (preguntarle a papá), que tenía el aspecto de un talón de un comunicado escolar.
Algo más de 250 inscriptos divididos en 4 categorías nos juntamos en el salón del Club y los capitanes recibíamos un papelito escrito a mano con el nombre de los jugadores que integraban nuestro equipo.
Categoría A: 5, 6 y 7 años (en lo que hoy es la cancha de la categoría B).
Categoría B: 8 y 9 años (en lo que hoy es la cancha sintética de hockey).
Categoría C: 10 y 11 años (en una de las canchas del fondo).
Categoría D: 12 y 13 años (junto a la C, jugaban en la cancha que está al lado del tinglado).
En aquel 1971, la C tenía siete equipos con nombres de teams de polo. El campeón fue Santa Ana, con 4 triunfos y dos empates, 22 goles a favor y 11 en contra.
En la B, recordada final entre los Mastines de Fernando Ibarrola, Joaquín de la Torre y Javier Anzoátegui contra los Sabuesos de Pelucho Bayá y Pablo Curat. Mastines se alzó con la copa y Sabuesos quedó con el gusto amargo luego de la palomita de Curat que se estrelló en el travesaño del arco que da al ingoal de la cancha 1 de rugby.
Mientras tanto, en la A lucía como goleador imparable Mariano Sotomayor, y en la D se destacaban el Tano Pasman, la China Parodi, Puli Sicardi y Diego Richards.
Se jugaba con remera blanca y estaban prohibidos los botines para evitar lesiones (y también para no hacer alarde). La forma de distinguirnos era con unas bandas celestes que atravesaban el pecho y se ataban en la espalda con unos cordones negros.
Ese año empezaron a descubrirse personajes muy queribles para el campeonato. Julia Elena Racedo asistía con su heladerita de telgopor a cuantos necesitaban agua o limones. Nada de gaseosas, bebidas suplementarias, etc. A lo sumo un helado de agua, de premio por un penal atajado o un gol definitorio.
El primer director técnico que hizo escuela fue Ricardo Tassone, quien gritaba desesperado desde la raya de cal el famoso “¡aro, aro!” cuando el jugador debía rematar al arco.
En la entrega de premios, que se hizo en la galería que hoy forma parte del interior del salón central, Adrián Anthony, pilar de los Pumas, repartía pins con el escudo de la UAR para los goleadores de cada categoría.
El éxito fue rotundo, así que en 1972 se apostó de lleno a institucionalizar el campeonato como la fiesta deportiva que cerrara el año en Regatas.
Tomó la posta Jorge Klappenbach, mi padre, que tenía toda la tecnología a disposición: la fotocopiadora de su oficina.
Ahora sí, las solicitudes de inscripción eran de una página entera, los capitanes recibían el listado de su equipo con los números telefónicos y los fixtures se publicaban en la cartelera del club. Ese año, el número de jugadores trepó a más de 400.
El campeonato empezó a hacerse conocer en la zona y empezaron a caer chicos de Hurlingham, Villa de Mayo y Buenos Aires.
Los primeros “acomodados” eran los primos porteños que venían a pasar el fin de semana a Bella Vista y a quienes había que colocar en el mismo equipo de su pariente bellavistense, para que concordaran los horarios.
Sin prisa y sin pausa
El campeonato siguió creciendo sin pausa en aquellos inolvidables primeros años.
Desde 1972, al finalizar el campeonato de los chicos empezaba el Papi Fútbol. Dos fines de semana de diciembre en las canchas de las categorías A y B. Pocas quejas y mucho Fair Play, ya que los chicos oficiábamos de réferis de nuestros viejos.
En 1975, el equipo “Unidad Coronaria”, que alistaba en sus filas a algunos infartados, se llevó la copa en la que hoy es la cancha de la C.
Ese mismo año, los primeros “egresados” del campeonato infantil organizaron por su cuenta el “juvenil”, de hasta 18 años. Así se fue extendiendo hasta convertirse en las categorías F y G que, unidas al viejo Papi Fútbol, terminaron por convertirse también en la H y en la I, y dándole forma al campeonato que nos reúne todos los meses de noviembre hace ya casi 40 años.
Mi padre dejó la posta a su hermano Alejandro Klappenbach en 1978, y con él apareció el primer sponsor: “Bianchín Deportes” (famoso local que estaba en lo que es hoy Sólo Deportes, en San Miguel).
Las bandas celestes dejaron entonces lugar a unas pecheras de color bordó con la inscripción del auspiciante.
Lo que comenzó sencillamente para que los chicos que jugábamos al rugby pudiéramos juntarnos en el club para jugar al fútbol, y a través de ese deporte sin fronteras acercar a nuevos chicos al rugby, terminó transformándose en el evento deportivo más convocante de la zona.
A pesar de que pasaron tantas cosas en estos casi 40 años, tal vez demasiadas, hay algunas que parecen detenerse en el tiempo. Y ese chico despedido como el viento, con los brazos abiertos y la boca llena de gol es hoy el mismo de hace 40 años, 40 siglos, 40 mundos.