Revista Regatas

Campeonato

Las anécdotas del Campeonato quedaron guardadas por siempre en la memoria de los protagonistas. En las siguientes páginas, ellos mismos recuerdan algunas. (Entre paréntesis, se consigna el año de nacimiento de cada uno)

“En el primer año de la categoría A no podía tocar la pelota y por lo tanto, cuando terminaba el primer tiempo, no quería jugar más. A efectos de que siguiera jugando, entraba el Pingüino Orgeira y me prometía un sándwich y una coca para que siguiera. Por supuesto que aceptaba y seguía jugando, como la promesa se cumplía, se repetía partido tras partido.”

“Otra, en la B estaba jugando e hice una de mis pequeñas macanas adentro de la cancha, lo que provocó que mi padre gritara a cuatros vientos: ‘¡¿Qué haces pajarraco?!’ Al menos 20 años después Nato Roldán me siguió llamando ‘pajarraqui’.”

Manuel de la Torre (1966)

“Categoría C (primer año): jugaba con Carlos Framalico, entre otros. Un partido contra el equipo en el que atajaba Rolo Zapata le hicimos más de 6 goles entre los dos. Los últimos tres nos los relataba él cuando íbamos tocando y llegábamos mano a mano para meterle el gol (pobre, se bancó la goleada con muy buen humor).”

Pablo Pirovano (1966)

“Me acuerdo de las finales por penales. Creo que eran más emotivas que el Mundial. Los gritos de Maruja Klappenbach, las atajadas de Daniel Acevedo o de Rolo Zapata, las gambetas de Pinino Martínez, de Framalico. Si te tocaba uno de esos estabas en la final.”

Ezequiel Minoyetti (1967)

“Las categorías A y B fue de lo mejor que me pasó dentro del club. Me acuerdo que mi vieja, DT de Mosquitos Campeón, caía al club con el termo de agua con limón, ¡un quemo! Y personajes de siempre como Cacho Bello gritando desde afuera de la cancha… Gonza Klappenbach, una marca registrada. Y en los últimos años, Manuel De la Torre sufriendo al costado de la categoría A… ¡genial! Yo disfrutaba estar todo el día en el club, y hoy disfruto ver el entusiasmo de mi hijo por participar del campeonato con el mismo espíritu que yo lo hacía.”

Nicolás Rivarola (1970)

“Una vez gané el premio a la valla menos vencida se lo cedí a Comizzo (así le decíamos, no recuerdo su nombre) porque se rompía el alma en el arco y yo sólo tuve mejor equipo y defensa… él era mejor.”

Esteban Minoyetti (1972)

“Cuando teníamos 13 ó 14 años era la época en que las chicas (noviecitas) te venían a ver jugar y después del partido te sentabas al costado de la cancha como todo un adulto a hablar.”

Rafael Pociello Argerich (1973)

 “Lo primero que se me viene a la memoria es que pasaba sábados y domingos de noviembre en el club desde las 9 ó las 10 de la mañana hasta las 6 ó 7 de la tarde. También de ir en bici el jueves para ver a qué hora y con qué remera jugaba el fin de semana. Respecto de los campeonatos que jugué, por suerte el espíritu de los chicos y de los padres (en general, como siempre) no ha variado. Ahora, como era yo hace más de 20 años, mi hijo hace dos meses que me pregunta ¿Cuándo es noviembre? ¿Cuándo empieza Regatas?”

Ezequiel Palazuelos (1973)

“Equipo: Tupungato. En un partido (último del campeonato) empezamos ganando 2 a 0 con 2 goles de Santiago Dalesio. Después de hacer el primero, por altoparlantes anunciaron: “Por favor, pedimos un aplauso para Tupungato que hizo su primer gol en el campeonato”. ¡Qué vergüenza! Al final, perdimos 7 a 2, ¡lamentable!”

Joaquín Basombrío (1973)

“Me acuerdo de la desesperación que tenía porque llegara el mes de noviembre, e ir a ver qué equipo te había tocado. Las fiestas inaugurales y de cierre con paracaidistas, bandas militares, fuegos artificiales y sobre todo con una cantidad de gente impresionante. Usábamos los botines Sacachispas, Fulvencito o las clásicas Topper. Se elegía con banda o sin banda, o con pechera o sin pechera. Con los años pasó a ser con remera blanca o con azul hasta que aparecieron las camisetas con los sponsors, eso ya era lo máximo. Lo que nunca cambió fue la pasión con que trabajan los organizadores y juegan los chicos.”

Javier Romero Victorica (1974)

“Cumplí el sueño de ser el entrenador de las Pulgas, haber vivido esa experiencia y acompañar a un hijo en el campeonato fue algo incomparable. Hoy sufro todos los noviembres el estar lejos de Bella Vista y ver el cuadro de Pulgas colgado en el cuarto de mis hijos.”

Nicolás Romero Victorica (1981)

“Me acuerdo cuando gané una bicicleta en el sorteo. Era muy chico y estaba perdido, no encontraba a nadie conocido. Cuando arrancó el sorteo escuché mi nombre, entonces no sabía qué hacer, no sabía a dónde tenía que ir. Entonces me agarró Luis María Vidal Domínguez (p) y me llevó al podio, donde me dieron la bicicleta, que para mí era tan grande que cuando bajé me puse a llorar, ya que estaba perdido y no podía llevármela. Hasta que apareció Mamá y le dio la bicicleta a Andrés Bonello (p), que era vecino nuestro, que me la terminó llevando a casa.”

Juan Manuel Areco (1985)

 “Yo llegué a vestir las remeras blancas y azules. Jugué varios años con esa modalidad. Las camisetas fueron una revolución. Todavía me acuerdo el día y la hora en que llegaron. Era como si de repente aparecieran los Rolling Stones en Regatas. Todos los que estábamos esa mañana corrimos desesperados hacia las bolsas negras enormes, con los pack de camisetas que encima ¡tenían publicidad! Era algo impensado para chicos de cuarto grado en esa época (1996). Nos sentíamos profesionales. Ese año, a mí me tocó debutar en la C a las 18. Imagínense lo que sufrí todo el día para saber qué camiseta me iba a tocar. Fue una toda blanca, Topper, con Villanueva Seguros de sponsor. La tengo en casa guardada.”

Ignacio de Carabassa (1987)

 “Categoría D. Imaginen: semifinal… tiempo cumplido… penales…último penal. “Juan, vení, pegale vos”. Sí, se me paró el corazón. Agarré la pelota, la puse en el medio (la acomodé como 5 veces de los nervios que tenía), tomé carrera  -mientras el arquero me señalaba su esquina inferior izquierda para que le pegue ahí-. “¿Le pego ahí o al otro lado?”, pensé. Suspiré, di dos saltitos para relajarme y la pelota fue a la esquina izquierda que me había ofrecido el arquero. Fue el momento más lento de mi vida. La pelota fue avanzando de rastrón (le entré con tierra y todo) hacia el arco y el uno se tiró… Y sí, vino el salto de alegría: caí de rodillas al piso cuando la red se empezó a mover, y la avalancha de compañeros (y gente de afuera) se sumó al abrazo del festejo. ¡Piel de gallina!”

Juan Cruz Bayá Campos (1992)

ALLÁ POR LOS 80

Por Jaime Méndez (1973)

Participé en el Campeonato desde los 5 años. Recuerdo que esperaba el sábado y el domingo para ir a jugar, ¡inolvidable! Un año se suspendió por la inundación en el Club, y tuvimos que esperar hasta marzo… fue terrible.

Siempre lo disfruté mucho, con las cosas propias de cada edad. Los primeros años, cuando era realmente un acontecimiento entrar a la cancha, parecía que además de tu familia estaba todo el mundo mirando el partido. Después ya aparecían otras cosas, como las chicas afuera, las rivalidades, la revista, las finales peleadas…

Recuerdo a varios personajes característicos: el Alemán Hildebrand, un gran referí que se retiraba todos los años. También estaban Roque Gómez, que siempre cuidaba su silla, y el Colo Aiello, gran zaguero de nuestra categoría. Aunque hubo muchísimos buenos jugadores. La rompían Cuerito Battaglia; los Martínez (Arturo, Ezequiel y Pinino); Lucas Gallotti, Piojo, Alejo y Tomás Méndez; el “Negrito” Jorge Barco y Toto Camerlinckx.

Me acuerdo cuando jugué en Capilla, en la categoría C, supongo que cerca de 1982. No salimos campeones, ni cerca, pero lo recuerdo bien porque la madre de un compañero hizo hacer como un diploma firmado por todo el equipo, y todavía lo tengo. También me acuerdo un lindo equipo de mi categoría, Springboks, que salió campeón, donde jugaban Ezequiel Martínez, Alfonso Coll Areco, Joaquín Basombrío (el goleador) y varios conocidos más.

Cuando era chico siempre fui capitán y nos entrenó mi viejo. Me acuerdo que a veces entrenábamos en la semana… Una vez, en una cancha que había en Entre Ríos y San Juan, le enseñó a Joaquín Basombrío a no pegarle de puntín, porque había mandado un penal 10 metros por arriba del travesaño. También recuerdo que en la categoría A lo puso a Lisandro Coll Areco de 2, y lo condenó para toda su vida a ser defensor.

Una anécdota: el Alemán Hildebrand siempre se ofrecía a colaborar para ser réferi, aunque en sus últimos años lo hacía desde mitad de cancha. Durante uno de esos partidos, un equipo aprovechó su lejanía y salió gritando un gol, a pesar de que la pelota había pegado en la cara externa del arco. Obviamente, lo cobró. Creo que todavía está todo el club explicándole que era un chiste, sobre todo los perjudicados.

FANATISMO DE TIEMPO COMPLETO

Por Ignacio Bazzini (1983)

Participar del Campeonato no era solamente ir a jugar un par de partidos por fin de semana. Era caminar al costado de las canchas todo el sábado y todo el domingo, vendiendo revistas y preguntando a todos y cada uno de los conocidos (90% de la gente) a qué hora jugaban o cómo habían salido en sus encuentros. Si jugabas el partido de las 16.00 era lo mejor… muchos espectadores, mejor clima.

Creo que la D era la mejor categoría. Jugabas en las canchas “grandes”, al igual que la C, pero eras más grande y entendías más el juego. La E también era muy interesante, ya empezaban a ir chicas a ver los partidos, y jugabas en la cancha 6 que era la mejor de todo el club. Igual me quedo con la D, porque en la E también podías tener que cruzar a la 8 o a la 9, era la desazón más grande de aquel entonces.

No me puedo olvidar de mi primer año de la B: el entrenador del equipo que finalmente salió campeón me chicaneaba constantemente durante todo el campeonato. Cuando llegó la final me apostó una Coca a que el equipo de su hijo era el que ganaba. La coca estaba 10.000 australes, era una parva de plata para un purrete de 6 ó 7 años. Finalizado el partido (perdimos por penales) yo lloraba sin consuelo, y él se acercó, me abrazó, me felicitó y me dio el vale para la Coca. Juro que lo escribo y se me llenan los ojos de lágrimas…

Más allá de la anécdota, lo que más recuerdo de esos años es ir a ver la lista de los equipos antes de que empiece el campeonato, escribiendo contra el vidrio de la pecera, peleando con esa BIC mordida intentando que la tinta haga su parte. Junto a los clásicos acompañantes, claro: los mosquitos tamaño avión caza y los constantes llamados de mamá para que suba al auto y deje de anotar equipos de varias categorías, e incluso hasta de gente que ni conocía; entendible al día de hoy, considerando que era el quinto día consecutivo que me llevaba hasta el club para ver “si ya estaban los equipos”, sumado a que todos esos días había preparado más de cuatro desayunos, más de cuatro viandas y hecho más de un pool escolar.

Y para terminar, una mención para el mejor de mi camada: Hugo Justo Torres Bogarín, si él estaba en tu equipo llegabas a la final. Martín Toledo (el de edición 1983, porque había uno más grande del 70 y pico) era crack también y tiene más copas que River Plate, pero igual me quedo con Justo Torres. La vez que me tocó jugar con Justo, él no tenía teléfono (acababa de pasar la presidencia de Alfonsín, donde tener un teléfono era una odisea). Con mi viejo llamábamos al teléfono de una tía y si no lo encontrábamos, íbamos al profundo Mattaldi a buscarlo por la calle para avisarle el horario del partido. ¡No podía faltar!

NOTA: Pido públicamente disculpas por mis repetidas inconductas a lo largo de todos estos años, en especial durante los ’90. ¿Cómo me podrían soportar Oscar Dana y algunos otros réferis? Ojalá que en el libro se guarde media página para todos los que queremos no sólo agradecer, sino también disculparnos casi con vergüenza.